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Opinión: El Concilio Vaticano II

El 11 de octubre se cumplieron 60 años de la primera sesión del Concilio Vaticano II, orientada en ese momento por el Papa Juan XXIII. Dentro de sus propuestas fundamentales está la celebración de una liturgia mucho más cercana a la realidad de los fieles, la experiencia del ecumenismo y la adopción del idioma vernáculo en las diferentes celebraciones. Sin embargo, pese a todo esto que se puede considerar como aportes de este hecho histórico a la vida de la Iglesia, no faltan las resistencias dentro y fuera de ella.

Este es el tema que aborda el Cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de la diócesis mexicana de San Cristóbal de las Casas durante la presente semana en la que invita a conocer y meditar sus documentos conscientes de que su contenido ha orientado el caminar de la Iglesia contemporánea.

Mirar

El 11 de octubre de 1962, siendo San Juan XXIII el sumo pontífice, se inició este gran acontecimiento que marcaría la ruta de nuestra Iglesia en su renovación. Han pasado 60 años y muchos no lo conocen; ni siquiera lo han leído, mucho menos se han esforzado en llevarlo a la práctica. En atención a ellos, haré una brevísima descripción.

Participaron unos cuatro mil obispos de todo el mundo, con la asesoría de sacerdotes especialistas en diversos asuntos teológicos y pastorales; en aquellos tiempos no se resaltaba tanto la participación de los laicos. Se realizaron cuatro sesiones, pero cada sesión duraba entre uno y tres meses, con deliberaciones mañana y tarde en el interior de la basílica de San Pedro, casi siempre en la presencia del Papa. Cuando murió Juan XXIII, continuó el gran Pablo VI, con una sabiduría y prudencia exquisitas. El Espíritu Santo nunca nos deja. El Concilio se concluyó el 8 de diciembre de 1965.

Se aprobaron 16 documentos: 4 constituciones, que son las más importantes, 9 decretos y 3 declaraciones. Las constituciones son: sobre la Iglesia (Lumen Gentium), sobre la divina revelación (Dei Verbum), sobre la sagrada liturgia (Sacrosanctum Concilium) y sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et spes). El primer documento que se aprobó fue el de la liturgia, el 4 de diciembre de 1963. Uno de los últimos, fue el de la Iglesia en el mundo actual, aprobado el 7 de diciembre de 1965.

Los nueve decretos del Concilio son: sobre el oficio pastoral de los obispos (Christus Dominus), sobre el ministerio y vida de los presbíteros (Presbyterorum Ordinis), sobre la formación sacerdotal (Optatam totius), sobre la adecuada renovación de la vida religiosa (Perfectae caritatis), sobre el apostolado de los seglares (Apostolicam actuositatem), sobre las Iglesias orientales católicas (Orientalium Ecclesiarum), sobre la actividad misionera de la Iglesia (Ad gentes), sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio) y sobre los medios de comunicación social (Inter mirifica).

Las tres declaraciones son: sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae), sobre la educación cristiana de la juventud (Gravissimum educationis) y sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate). Ponerles un título en latín era una práctica común en la Iglesia para los documentos oficiales, pues el latín sigue siendo la lengua oficial; sin embargo, el Papa Francisco ha puesto títulos no latinos a algunos de sus documentos, como Laudato si, Fratelli tutti, Querida Amazonia…

Hasta la fecha, hay personas que no aceptan de corazón los caminos marcados por este Concilio. Tras la defensa del latín, que muchos no comprenden, se esconden resistencias a cambiar su mentalidad sobre la vivencia del Evangelio. No aceptan que se insista en la dimensión social de la fe cristiana y quisieran que todo se redujera a un espiritualismo desencarnado, sin compromiso por la transformación de la sociedad. Por eso, no aceptan del todo a los Papa que nos hablan de esto, desde Juan XXIII hasta Francisco.

Discernir

Transcribo sólo algunos párrafos de las cuatro constituciones conciliares:

Constitución sobre la Iglesia: “Cristo es la luz de los pueblos. Por ello, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los concilios precedentes. Las condiciones de nuestra época hacen más urgente este deber de la Iglesia, a saber, el que todos los hombres, que hoy están íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y culturales, consigan también la unidad completa en Cristo” (LG 1).

Constitución sobre la divina revelación: “La Palabra de Dios la escucha con devoción y la proclama con valentía el Santo Concilio, obedeciendo a aquellas palabras de Juan: ‘Os anunciamos la vida eterna: que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros viváis en esta unión nuestra, que nos une con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1,2-3). Y así, siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, este Concilio quiere proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión, para que todo el mundo, escuchando el mensaje de salvación, crea, creyendo espere, esperando ame” (DV 1).

Constitución sobre la sagrada liturgia: “Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular promover la reforma y el fomento de la liturgia” (SC 1).

Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual:Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del Padre y ha recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (GS 1).

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Actuar

Si quieres seguir el camino de Jesús, medita estos documentos, inspirados por el Espíritu Santo, ora con ellos y descubre qué senderos te propone la Iglesia para vivir con más profundidad la Palabra de Dios, y así colaborar a la vida plena de la humanidad.


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