Monseñor Mark Joseph Seitz, obispo de El Paso (Texas), jurisdicción sufragánea de San Antonio (EEUU), es un pastor dispuesto a derribar los muros. Se describe como “un obispo de un rebaño asustado por las luces”.
Estuvo presente en la 9.ª Reunión de obispos de Centroamérica, Norteamérica y el Caribe, realizada del 21 al 25 de agosto en El Salvador. El prelado aseguró que en la Conferencia de obispos de EEUU “hay mucha preocupación por la situación de los migrantes y estamos muy unidos”.
Considera que “la respuesta frente a esta situación siempre será practicar y seguir el Evangelio, ayudar al forastero”. Mientras que el tema migratorio en la ciudadanía estadounidense polariza, asegura que se gestiona “de manera diferente, incluso, con los propios católicos”, puesto que “hay mucho miedo del otro”.
Es así como “la Iglesia tiene un gran papel de cambiar la narrativa para que puedan saber que en verdad los que vienen no son una amenaza, al contrario, son personas que pueden mejorar la sociedad, la economía y todo Estados Unidos. Son gente 99% buena y no hay necesidad de tener miedo”.
Movidos por la fe
Monseñor Seitz ha indicado que la Iglesia está muy activa en la frontera: “Del lado de Estados Unidos hay muchos albergues y lugares donde pueden quedarse. Allí pueden quedarse por dos o tres días, mientras preparan su próximo destino para reencontrarse con sus familiares”.
También comentó que dentro de territorio estadounidense “tenemos caridades católicas para ayudarlos a aprender el idioma, a tener lo que necesiten en ese tiempo de transición”, porque es muy difícil para los recién llegados, mientras tramitan algún permiso para trabajar”.
Aún cuando “no contamos con los suficientes recursos para ayudar a todos los que lo necesitan” están muchos cristianos comprometidos en esta labor en tiempos “muy fuertes, de ir contracorriente, pero seguros de continuar con fe, con esperanza, en que el señor tiene un plan para nosotros”.
El prelado lamentó que la presión de la Migra – policía de inmigración de EEUU – en la diócesis de El Paso lleva a muchos migrantes a cruzar lugares muy peligrosos como el desierto, donde se someten a altas temperaturas por hora y días: “El año pasado murieron 600 personas en el desierto, la mayoría jóvenes entre 15 y 16 años”.
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